El niño que una vez fuimos vive dentro de nosotros.
A veces estamos desconectados de él, creyendo que ha quedado atrás, allá lejos y hace tiempo. Pero esto no es así.
El niño que fuimos, por suerte siempre estará allí, dentro nuestro. ¿Por qué digo "por suerte"?
Porque si está bien, nutre nuestra vida.
Y si está mal, podemos ayudarlo.
Una de las consecuencias positivas de un proceso terapéutico es que solemos alcanzar una mayor armonía interna entre el niño que fuimos y la mejor parte del adulto que somos, que son la madurez y la experiencia.
La relación entre ambos es muy estrecha.
Si el niño la pasó mal en la infancia, ese malestar reverbera en la vida adulta, y el adulto suele sentir que la vida se le complica. Esto puede repararse.
Hacer terapia, genera las condiciones necesarias para que nuestro niño y nuestro adulto sanen y crezcan en armonía.
Cuando las heridas emocionales se sanan, lo mejor del niño interno florece en el interior del adulto, y el adulto también florece.
A veces estamos desconectados de él, creyendo que ha quedado atrás, allá lejos y hace tiempo. Pero esto no es así.
El niño que fuimos, por suerte siempre estará allí, dentro nuestro. ¿Por qué digo "por suerte"?
Porque si está bien, nutre nuestra vida.
Y si está mal, podemos ayudarlo.
Una de las consecuencias positivas de un proceso terapéutico es que solemos alcanzar una mayor armonía interna entre el niño que fuimos y la mejor parte del adulto que somos, que son la madurez y la experiencia.
La relación entre ambos es muy estrecha.
Si el niño la pasó mal en la infancia, ese malestar reverbera en la vida adulta, y el adulto suele sentir que la vida se le complica. Esto puede repararse.
Hacer terapia, genera las condiciones necesarias para que nuestro niño y nuestro adulto sanen y crezcan en armonía.
Cuando las heridas emocionales se sanan, lo mejor del niño interno florece en el interior del adulto, y el adulto también florece.