Reflexiones imprescindibles a la hora de TENDER PUENTES hacia los otros.

No hay actividad mas bella que dedicarse a tender puentes hacia los seres humanos y, hacia todo lo que nos rodea.

En nuestros días los puentes son tan imprescindibles que marcan la diferencia. Cruzan empinadas montañas o peligrosos ríos, conectan fronteras y acortan distancias. Tenemos puentes de todos los tamaños y de los materiales más diversos. Sin embargo, tender puentes siempre ha sido una tarea ardua. Somos ricos en redes sociales, pero muy pobres en enlaces.

Nosotros mismos, nuestra propia existencia puede ser analizada bajo la figura del puente. "Tender puentes" es una preciosa metáfora de comunicación y acercamiento. El puente comunica, construye redes, abre espacios. El puente, en cuanto que une dos orillas, nace con vocación de permanencia. Y cuanto más antiguo es, más historias recrea y más sabores acumula. El puente es algo que une, que permite el paso, que salva un obstáculo, que comunica. Si lo más característico del puente es la comunicación, interesa multiplicar o ensanchar los puentes. Precisamente para aumentar las posibilidades de diálogo, para hacer más fluido el tránsito entre unos y otros.

Un detalle importante:  el puente implica un cierto "vacío", remite a un cierto "estar suspendido" en el aire, solo apoyado por dos o más pilares, tensores... Por ello, el puente es un lugar vulnerable, una construcción frágil. Por su carácter estratégico, muchas veces se convierte en objetivo militar para dominar o aniquilar al "enemigo". Quien lo ocupa se asegura una vía de comunicación privilegiada.
El puente, no sería ya un mero artefacto destinado a vencer la dificultad del paso de un río, sino algo más: el eliminador de obstáculos, el conector de culturas a través del esfuerzo humano consciente. El puente como punto de encuentro.

Resullta grato imaginarnos a nosotros, como los allanadores que hacen posible este contacto.

¿Cuál es la labor del puente?

Un puente une orillas. Y el puente se apoya por igual en las dos orillas. Y el tránsito se hace por igual en las dos direcciones. Si no existe permeabilidad, transparencia y escucha mutua, es imposible la comunicación.

Tender un puente significa estar abiertos al diálogo, al intercambio de opiniones. Implica hacer de mediador entre vertientes y orillas, saber integrar las márgenes –muchas veces opuestas- en un cauce ancho y fértil que sintetice los diferentes caudales que expresan este nuestro mundo plural. Es encontrar puntos comunes y establecer un cauce para mejorar la calidad de vida y de relaciones de todo tipo.

Es necesario poner en movimiento los resortes más profundos del ser humano: la sensibilidad estética, la solidaridad, el amor, la compasión, la responsabilidad, la alteridad. Sin ellas, es muy difícil establecer puentes entre modos diferentes de ver el mundo.

 
 Hacer puentes -y, sobre todo, hacer de puente- es tarea muy dura. Y que no se hace sin mucho sacrificio.

Unir y ser fiel a dos orillas, no pertenecer a ninguna de ellas, y estar firmemente asentado en las dos.

Sale caro ser puente. Es un oficio por el que se da mucho más que lo que se recibe. Un puente es fundamentalmente alguien que soporta el peso de todos los que pasan por él. Sus virtudes son la resistencia, el aguante, la solidez.
En un puente cuenta menos la belleza y la simpatía, que la capacidad de servicio, su utilidad.

Un puente vive en el desagradecimiento: nadie se queda a vivir encima de los puentes. Los usa para cruzar y se asienta en la otra orilla. El mediador termina su tarea cuando ha mediado. Su tarea posterior es el olvido.

A pesar de ello, qué gran oficio el de ser puentes, entre las gentes, entre las cosas, entre las ideas, entre las generaciones. El mundo dejaría de ser habitable el día en que hubiera en él más constructores de zanjas que de puentes.

Hay que tender puentes, primero, hacia nosotros mismos: un puente de auto-respeto y auto-aceptación.

Luego, un puente hacia los demás.

En nuestro tiempo es casi un milagro encontrar a alguien que soporte el peso del otro de buena gana; al menos que quiera compartirlo.

El puente también hace honor a la vulnerabilidad en la comunicación.

Los puentes son una invitación a dejar una orilla para pasar a la otra. Un desafío a que abandonemos lo conocido por lo desconocido... los puentes son como un llamado a crecer.

Para cruzar un puente necesitamos hacer un acto de fe, debes creer que existe la otra orilla, y debes hacer un acto de abandono, dejando la orilla que conoces.

A veces se reconoce a las personas que han servido de puentes cuando ya han desaparecido o cuando se han vuelto inservibles con el paso de los años.

Los puentes son fascinantes porque están diseñados para unir: masas terrestres, caminos y personas.

Ser constructor de puentes es una función muy noble y una vocación de pocos.

Tener vocación de tender puentes es volvernos pontífices laicos.

Pontífice no es aquel que ocupa un puesto de honor, sino un puesto de amor. No tiene poder, ni lo detenta. Conoce muy bien la debilidad y la impotencia. No se pone a distancia de los demás, ostentando poderío, sino que está cercano para acoger como propias las causas perdidas de los demás.

"Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así: El hombre es una cuerda tendida...sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y no un ocaso. Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado [...] Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente [...] Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conservarse a sí mismo [...] Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado: pues quiere perecer a causa de los hombres del presente [...] Yo amo a aquel cuya alma es profunda incluso cuando se la hiere, y que puede perecer a causa de una pequeña vivencia: pasa así de buen grado por el puente [...] Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso. Yo amo a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre: ellos anuncian que el rayo viene, y perecen como anunciadores". (Friedrich Nietzsche, "Prologo de Zaratustra" (4), en: Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, Alianza Editorial, Madrid 2012, 3ª ed., 49-51).



(Fuente: el texto es una sintésis extractada del blog http://tenderpuentes5.blogspot.com.ar/)