La vida es como un concierto en el que cada uno
deberíamos definir primero nuestra existencia
como si fuéramos un instrumento musical.
¿Qué hace un músico para alcanzar la mejor expresión posible?
Afina. Ensaya.
Viaja a través de su inspiración.
Interpreta composiciones.
Toca solo o en conjunto...
En definitiva, se suma al orden del universo,
donde no hay disonancias, sino únicamente corrrespondencias.
La música es una curiosa correlación de sonidos... y de silencios.
Sin estos silencios la música no resultaría posible.
La armonía es la consumación de un intercambio de energía.
Puede ser eléctrica, artística, religiosa, amorosa, visible o invisible.
Todo en el universo funciona de modo armónico.
Inclusive los terremotos y los maremotos responden a una coherencia fundamental.
Cada uno de nosotros es elemental en el orden universal,
así como hasta un grano minúsculo de polen es básico para la danza universal de la fertilidad.
Un pez, un pájaro, una persona... diversidades cruciales para el concierto del planeta Tierra.
Por eso, antes de cada gesto, cada palabra, y hasta cada silencio,
es importante que AFINEMOS EL INSTRUMENTO DE NUESTRA EXISTENCIA.
¿Estamos reforzando el concierto general o saboteándolo?
¿Estamos enriqueciendo la música de las esferas, o contribuyendo a su deterioro?
No es difícil de concretar.
Se requiere apenas de una TERNURA ELEMENTAl, de esa que sólo brota de los corazones alertas
y bien sintonizados en la fluidez espontánea del orden universal.
La ternura no está en los discursos de la mente, sino en el modo de la actividad del alma del individuo.
No temamos al silencio, que no es vacío, sino dimensión sin fronteras.
No temamos al silencio que es polaridad de encuentros.
Cátodo espiritual, ánodo angelical.
Santa sabiduría.
(Miguel Grinberg)
Texto basado en fragmentos adaptados
del capítulo Ecología de la Ternura - en su maravilloso libro
"TERNURA DELEITE SUPREMO"
de Ediciones Pausa para la reflexión.