Acerca de la Memoria y el Perdón



Como ya he mencionado en otro post, aunque no soy astróloga, a menudo rescato la riqueza expresiva y conceptual de la astrología como lenguaje simbólico.

Me hago eco de un texto de Alejandro Lodi que le da otra vuelta al tema del perdón como proceso, esta vez en relación a la memoria afectiva, y la cuestión de la repetición y la creación.


"Pensar es olvidar diferencias, 
es generalizar, abstraer. 
En el abarrotado mundo de Funes no había 
sino detalles, 
casi inmediatos."
 (Jorge Luis Borges - "Funes, el Memorioso")






Por Alejandro Lodi

En un capítulo de la serie "Dr. House" se presenta el caso de una mujer con memoria absoluta. Como aquel otro memorioso llamado Funes en la imaginación de Borges, recuerda todo lo vivido y no puede olvidar: cuántas caídas tuvo en el año 2008, los pedidos de todos los clientes del bar donde trabajaba, las fechas en que habían concurrido y con quiénes estaban acompañados. 
La mujer había empezado a presentar severos síntomas físicos que, en principio, no podían vincularse con su extraño don, ya que la memoria no es una enfermedad. No obstante, en su vida hay sufrimiento: no puede perdonar a su hermana. El inevitable recuerdo de situaciones dolorosas de las que fue víctima en el pasado le impide abrir su corazón, aunque su hermana hoy quiera estar presente e incluso se ofrezca a donarle uno de sus riñones. Cada vez que recuerda se actualiza el momento mismo de la herida, con toda su intensidad emocional intacta. Su reacción presente es la misma que la del pasado. Aún contra su deseo, no puede perdonar. 
En astrología la memoria, el recuerdo y el pasado están significados en el símbolo de la Luna. Representa nuestra capacidad de hacer contacto sensible con la vida. Permite que la vida nos afecte y que podamos recibir y brindar afecto. En la Luna nuestra conciencia registra la existencia, es vulnerable al impacto de nuestros vínculos. Se nutre de ellos y queda marcada por ellos. La memoria son esas impresiones grabadas en nuestro psiquismo y, de este modo, inexorablemente ahora involucradas en la dinámica del inconsciente. Pero en esa memoria, la sensibilidad a "lo que nos hicieron", la susceptibilidad al recuerdo de hechos en los que fuimos víctimas, prevalece al que rememora momentos de dicha. En esa evocación, además, aquellos sucesos del pasado se manifiestan con el mismo agudo dramatismo de cuando fueron presentes. Así, la conciencia queda atrapada en la memoria. No puede dar otra respuesta que aquella misma que supo dar en el momento traumático: sentirse herida. El condicionamiento lunar no permite que esa lesión haga su proceso. La conciencia permanece en el mismo lugar, el dolor no madura, no muestra su dirección, no permite revelar la profunda comprensión de lo humano para la que fue potencialmente oportuno. La vivencia perpetua de la herida no permite que florezca lo creativo del dolor. El apego al recuerdo rechaza las oportunidades creativas del presente. Habitar el dolor da la seguridad de no exponerse al riesgo de nuevos significados de aquello que nos afectó.
El Dr. House descubre finalmente que ese aparente don de recordarlo todo es efecto de una patología. La paciente sufre un trastorno de obsesión compulsiva que, antes que manifestarse en manías de limpieza o hipocondría, se expresa en el armado de rompecabezas y en retener el recuerdo de todos los acontecimientos de su vida. Surge allí una posibilidad farmacológica de atenuar su memoria obsesiva. Adoptando cierta medicación su capacidad de recordar podría parecerse a la de todos los mortales. Sin embargo, la mujer no se anima a decidirlo. Su memoria absoluta, además de sumergirla en la pesadilla de no poder perdonar, la ha convertido en un ser singular o, más aún, especial. Disolver el agobio de la memoria es, al mismo tiempo, resignar el encanto de ser especial.

El apego a la memoria es, antes que una fatalidad, un mecanismo del ego. Astrológicamente podríamos afirmar que la Luna (la memoria del pasado) y el Sol (la sensación de identidad) traban alianza para defender a nuestra personalidad de la amenaza de lo creativo. La imagen de nosotros mismos con la que estamos identificados necesita que el pasado esté construido de determinada manera, privilegiando ciertos hechos y supeditando otros a esa hegemonía. Antes que víctimas de aquellos que en efecto nos hirieron en el pasado, es esa identidad cargada de afecto, es esa imagen de nosotros mismos que necesitamos retener, la que nos somete a su reproducción y nos impide ponernos al alcance de dimensiones más creativas que atraigan a nuestra conciencia.

Perdonar no significa olvidar. En su etimología, perdonar es 'decidir no castigar'. Perdonar es recordar y decidir no castigar. Es la posibilidad de disolver la lógica de premio y castigo, de víctima y victimario. Asociar perdón con olvido es algo que beneficia a ambos: al victimario para que con el perdón sean olvidados sus actos impiadosos que lo colman de culpa, a la víctima para que el perdón parezca un inadmisible e injusto olvido de esas culpas. En cambio, si el perdón es recuerdo y elección de no castigar, se disuelve entonces ese circuito polarizado en el que el sufrimiento ha quedado cristalizado. La energía del sufrimiento se transforma así en potencia curativa, liberándose y disponiéndose para dar cuenta de una nueva dimensión de la realidad. Si perdón es memoria y decisión de no castigo, entonces el dolor puede madurar y mostrarnos oportunidades insospechadas. En el compromiso con la maduración del dolor la conciencia puede conjurar el hechizo de la repetición, capitalizar el pasado en una comprensión más profunda de lo humano antes que reproducirlo.

Es la fascinación con esa imagen de nosotros mismos la que nos impide expresar perdón. Sostener el recuerdo y, al mismo tiempo, decidir no castigar necesariamente va a impedir que reaccionemos desde el automatismo de la memoria de nuestra sensibilidad herida y exigirá entonces animarnos a transformar nuestra identidad, nuestra personalidad, aquello que creemos ser. La valentía necesaria para recordar y no castigar es equivalente al coraje que debemos poner en juego para cuestionar la imagen que tenemos de nosotros mismos. La valentía para perdonar es la misma que se necesita para aceptar que no somos especiales y así reconocernos en una misma raíz humana con el otro. Esa valentía es un talento del alma, no de la personalidad. Esa valentía es la condición de nuestra naturaleza compasiva, no de nuestro narcisismo.
(Comentario de PSICOARTE: a menos que haya un déficit narcisista, y el resentimiento venga sostener al Yo ante la afrenta..., en ese caso el trabajo en dirección a la posibilidad ulterior de perdón debería focalizarse primero sobre la personalidad.)
Una y otra vez, la astrología nos recuerda que el más auténtico desafío para nuestra conciencia es aceptar la vincularidad. No somos solos. No estamos solos con nuestra imagen. Con nuestras íntimas necesidades, estamos vinculados con otros diferentes. Con nuestra vulnerable y afectiva sensibilidad, somos el creativo desafío de las relaciones.
En sincronicidad, este capítulo de la serie "Dr. House" es emitido la misma semana que en Argentina se conmemora el Día de la Memoria.

Fuente: CASA XI