La inteligencia en conflicto

                 (Nota publicada en la edición del 31 de octubre de 2010 
en la Revista Viva.)



"Lo que se viene -no se puede saber a priori si está bien o mal lo que construye la creatividad-  pero es la única forma en que se puede conjugar el futuro".






            El sol inunda la vida en esta primavera porteña y todo parece nuevo, hasta los conceptos. 


En este marco, tal vez no sea ca­sualidad el encuentro con Eugenio Carutti para hablar de lo que es y de lo que vendrá. La charla girará en torno a un fu­turo que, en verdad, ya ha comenzado a dar sus primeros signos, a inscribirse sobre un presente complejo y difícil de discernir, mezcla de crecientes novedades irradiadas por los avances tecnológicos y colapsos ecológicos, políticos, eco­nómicos. 


Fines y principios,  consecutivos y simultáneos,  expresando la evidente dinámica de la vida.  


Carutti -además de ser antropólogo- se ha formado en física y epistemología, pero es, ante todo, un pensador.

            "La mente humana evolucio­nó en nidos aislados -dice-, protegiéndose de la realidad y sepa­rándose de los demás humanos en un combate constante contra la naturaleza. En cada uno de estos nidos se desarrollaron innumerables ilusio­nes. Dentro de ellas está la convicción de cada cultu­ra de creerse superior, de que sus dioses son los únicos ver­daderos. Con distintas variantes, se desarrolló en nosotros un tipo de inteligencia que no se abre a las diferencias, sino que se impone sobre el mundo y la realidad. Pero el hecho de que la Tierra sea esférica hace que sea imposible seguir aislándonos. El modo en cómo evolucionó la conciencia humana durante un millón de años termina hoy por una cuestión objetiva: los nidos empiezan a chocar entre sí y se nos revela una realidad asom­brosamente interactiva. La interacción es algo que aquello que evolucionó en el aisla­miento no puede comprender. Este es el gran salto. Nuestra inteligencia actuales una in­teligencia controladora, llena de ilusiones y de dominio. En el aislamiento la mente se afe­rra a falsas certezas, se siente segura de su superioridad, de su poder, y con ese anhelo de certeza se vincula. Pero en la altísima interacción que hoy tenemos ya no hay certeza posible. El cambio está en su  fase más dolorosa, difícil y problemática. Porque la pregunta que tenemos que hacernos es:'¿La especie humana se dará cuenta de que tiene que aprender a abrirse a la información que viene desde lo diferente, ya sea desde otra cultura, de la naturaleza o, incluso, de las máquinas?'. Es decir, ¿vamos a tolerar este salto evolutivo, vamos a despertar a una inteligencia vincular que no esté aferrada a posiciones fijas sino que se deje recrear por las diferencias?
            ¿Cree entonces que la especie humana atraviesa una crisis en cuanto a sus modos tradicionales de vinculación?
            Lo que está ocurriendo es una altísima crisis vincular en todos los niveles, que nos lleva a darnos cuenta de la necesidad de despertar a otro tipo de inteligencia y de sensibilidad. Porque ¿qué es el amor? Es el profundo interés por la diferencia. Es darse cuenta que el vinculo es anterior a cada uno de nosotros y que nosotros so­mos vínculo. Somos relaciones que nos vamos redefiniendo constantemente. Hasta aquí nos ha dominado el anhelo de tener una identidad fija y vínculos seguros, controlados. Pero no hay vínculos seguros y esto es lo que empieza a ha­cerse evidente- Lo único seguro surge del apasionamiento y el interés mutuos- Cualquier vínculo está cambiando continuamente y se tiene que mo­ver para que no se estanque. La antigua inteligencia, de la que hablaba en un comienzo, es tecnológica. Esta ha sido un éxito de la evolución: la apari­ción de un ser inteligente que puede imaginar formas y ma­terializarlas en el afuera. Pero esta inteligencia está necesa­riamente en conflicto con todo lo que existe porque lo quiere cambiar. Está más interesada en que lo que ha concebido se concrete que en aprender de lo que aparece. Es una inte­ligencia tecnológica, que es maravillosa, pero que no sirve para vincularse. No nos damos cuenta de que, como nuestra inteligencia es tecnológica, tratamos a los otros como objetos. Uno construye al otro y trata de que el otro satisfaga sus deseos. La pregunta es: "¿Uno está realmente interesado por el otro?".



Pero cuando habla de vínculos, ¿se refiere sólo a los vínculos humanos?
            La Tierra es un tejido, el universo es un tejido, un mar de relaciones que se tejen y en­tretejen y en el cual nada está separado. Todo está inter penetrado por todo lo demás. Es lo que las tradiciones espi­rituales siempre han visto. La especie tuvo destellos de esto. Ahora hay un cambio de esca­la, y cada vez más personas ven que el universo es un tejido. Vincularse es vincularse con los animales, el reino vegetal, con las máquinas. Todavía no hemos empezado a pensar cómo nos está alterando el vínculo con las máquinas. Los chicos de hoy tienen una relación más intensa con las má­quinas que con la naturaleza. Esto nos va a alterar, porque el ser humano es una resultante de sus vínculos. Esto no es ni bueno ni malo. Depende de si lo enfrentamos creativamente o si nos aletargamos incons­cientemente jugando con las máquinas sin darnos cuenta que ese es un vínculo que nos altera. Si nosotros despertamos a una inteligencia vincu­lar vamos a tratar cualquier vínculo como algo sagrado.
            Este modo de vinculación para el ser humano, horizontal diga­mos, de igualdad con todo lo que lo rodea, ¿Implicaría una herida narcisista?
            Sí. Esta es otra gran herida nar­cisista. No alcanza con darnos cuenta -como demostró el psicoanálisis- de que lo inconsciente es más vasto que lo consciente. Debemos reconocer la insuficiencia de un modo de inteligencia con el que estamos excesivamente identificados: el tener que estar en el centro de todas las situaciones. Este tipo de inteligencia es pobre. Si las interacciones aumentan, toda inteligencia autocentra­da lleva al conflicto. No pue­de haber seis mil millones de centros en el planeta. O uno es el centro del Universo y el conflicto resulta inevitable o tiene que producirse una transfor­mación psíquica. Nos empe­zamos a dar cuenta de que con la sensibilidad de un dominador, vamos hacia la catástrofe. Sólo si nos sensibilizamos a lo diferente y. nos sentimos par­te de un sistema más amplio que nosotros, pueden surgir planteos verdaderamente creativos y nuevas ideas. Este es un desafío profundísimo. ¿Seremos capaces de sinto­nizarnos con las necesidades de la Tierra o continuaremos con esta actitud de dominio? Hoy existe una gran cantidad de seres humanos sensibles a las plantas, a los animales, a las necesidades planetarias. Y tendremos también que hacernos sensibles al significado de las máquinas. Nuestra posición actual es que la tecnología es un proyecto humano, pero si lo vemos más profundamente es la manera cómo la evolu­ción genera nuevas formas. Las máquinas son un nuevo tipo de inteligencia terrestre, aunque creamos que son crea­ciones nuestras. La Tierra vista desde afuera está recubierta por máquinas. ¿Qué diría un extraterrestre? Que la Tierra está generando nuevas formas de inteligencia que están complejizando enormemente su propia estructura.
            Y la están complejizando para bien y para mal...
            Ese es el riesgo de la creativi­dad. Todo sistema creativo no sabe de antemano si algo está bien o está mal. La creatividad está, justamente, más allá de las certezas. Si funciono desde las certezas soy una máquina que responden instrucciones, que se siente segura porque to­do está preestablecido. Pero ésa es una inteligencia mecá­nica.
¿Cómo seria pensar un gobierno desde la creatividad cuando el discurso político se basa en dar certezas sobre lo que se va a hacer?
            La mente mecánica busca una forma única, un modelo: monarquía, democracia, etcétera. Es bastante visible que se está rompiendo esta idea, y que en la interacción irán surgiendo nuevas formas siempre provi­sorias, iremos cambiando las reglas del juego para convivir mejor. Inconscientemente, lo que anhelamos es encontrar una verdad ideológica que resuelva los problemas políticos para siempre. Ese pensamiento pertenece a la mente antigua; no hay una verdad ideológica. Hay un encuentro de complejas realidades.
            ¿Qué peso simbólico ha tenido en la historia reciente de la humanidad la caída de las Torres Gemelas en Nueva York?
            La caída de una torre simboliza la caída de las construc­ciones humanas v esto es lo que estamos viviendo. Pero acá lo importante no es ver solamente ese símbolo. Todo lo que ocurre es un símbolo. Que sea un símbolo significa que tiene una potencia psí­quica que puede transformar­nos. Hemos podido absorber bastante de ese símbolo, de esa sensación de caída de las construcciones. Pero no es una construcción particular la que se cae, sino una manera humana de construir: la inteligencia no vincular. Podríamos tratar de ver porqué no nos hemos hecho cargo de símbolos aún más fuerte que el de las torres, como las guerras mundiales. Cuando es demasiado fuerte la información que un símbolo libera, no nos podemos hacer cargo de ella. El anhelo de superioridad racial todavía no lo hemos absorbido; por eso leemos hoy noticias sobre ra­cismo todos los días. Porque fue tan fuerte que dijimos que era culpa de un loco y que se trataba de algo inhumano. Pero no fue ni un loco ni algo inhumano. Era parte de la humanidad. Por eso el racismo y la xenofobia existen aún y nos perturban tanto. Creo que todas las civilizaciones van a sufrir profundas desilusiones. En nuestra cultura, la creencia de ser superiores es tremenda­mente profunda, nos cuesta mucho aceptar que no es así.
            Las intervenciones del cuerpo revelan nuevas formas de identidad que según lo que dice pertenecerían a la nueva inteligencia, a una dimensión hasta hace poco aún no contemplada....
            Uno de los cuestionamientos que produce la tecnología es su capacidad de modificar lo que nos parece lo natural. Nosotros hemos separado tecnología y naturaleza, tenemos un a priori de lo que es natu­ral y lo no natural; no  hemos aceptado que la tecnología es una segunda forma de la naturaleza. Esto presenta dilemas inéditos que en este momen­to nos perturban ideológica­mente y psicológicamente, pero me parece que hay una falla en el enfoque. En la me­dida en que nosotros creamos que la tecnología no forma parte de la tierra seguirá la discusión sobre lo natural y lo no natural. El día en que aceptemos que los humanos somos los vehículos que la evolución terrestre ha utilizado para generar nuevas formas que cambian sus antiguas formas entraremos en otra discusión. ¿Cuáles son los límites? ¿Los hay? Esa es una sabiduría aún lejana, porque todavía discutimos ideológicamente, con criterios de lo bueno y lo malo. La evolución es todavía un mis­terio para nosotros, está más allá de nuestra comprensión.
            ¿Piensa que en este proceso de transformación la violencia irá en disminución?
            La evolución misma es vio­lenta por el solo hecho de comer: comer significa destruir algún ser y todo lo que existe en el universo destruye alguna forma para transformar­se. En todo caso, podremos aprender a movernos con una inteligencia vincular que minimice los conflictos, pero no me haría ilusiones inmedia­tas, porque hay demasiados odios y desconfianza mutua. La confianza mutua sólo se logra a través de experiencias comunes. Estos son los pro­blemas planetarios que hoy enfrentamos. El hecho de que nos interesemos por las catástrofes que ocurren en China o en Pakistán, es un cambio muy profundo.
            Además el fenómeno de las migraciones hace que cada vez exista menos un adentro y afuera, un aquí y allá...
            Exactamente. Pero aún no se ha formado una primera humanidad: somos chinos, islámicos, cristianos, formas particulares con que nos he­mos identificado. Pero aún no sabemos qué es una cultura realmente humana.